sábado, 29 de mayo de 2010

Reseña de Marina Moreno Lorenzo

La caminante de música

Esta es el título de la nueva entrega de poemas de María Luz Escuin, escritora que concilia una intensa vida profesional -en una actividad en principio tan apartada de lo poético como pueda ser la estomatología- con una trayectoria de publicaciones comenzada durante su época de estudiante. Su primera obra, Extrasístole, que se publicó en 1975, denuncia ya el estigma que en su idiolecto dejará la carrera de medicina. La siguiente, Los versos en peligro, no aparece hasta 1995; este largo paréntesis se debe a imperativos de la vida familiar y a ello se alude en el epígrafe, pues ciertamente parecía que su labor poética se hallaba en trance de extinción. Salvado este obstáculo, Empleo terrenal se publica en 2001, pero la autora sigue mostrándose poco pródiga, puesto que ha dejado pasar ocho años hasta la obra que ahora nos ocupa, sin duda debido a lo quintaesenciado de sus versos, de maduración larga y a veces dolorosa. Esta producción relativamente escasa no le ha impedido figurar en prestigiosas antologías como Las diosas blancas (1985) e Ilimitada voz(2003).

El poemario que ahora comentamos está dividido en tres secciones, la primera homónima del título: La caminante de música, y las otras dos: Poemas a la muerte de mi padre y Mis nombres.

En el prólogo de Carmen Calvo leemos un acertado juicio sobre la importancia de la lírica en el panorama vital de la autora:”La poesía es su cielo particular, el lugar del mundo terráqueo al que ella va para poder continuar, dicho de otro modo, la poesía como necesidad de su existencia”.

La caminante de música se centra en la condición humana con una cierta inquietud metafísica que resulta novedosa en María Luz. El nombre de Dios y las resonancias bíblicas cargan de profundidad estos poemas: Dios sería un sonido visto,/pregunta que me escoge/no próspera, no activa/ mentira verdadera o El hombre:/ bonachón barro, /masaje de apetitos,/ en este valle incrédulo/donde pacen los órganos . El mundo de lo femenino, tan presente en obras anteriores, es sustituido ahora por lo humano, sin matices de género ni sexo. El paso del tiempo y la madurez dominan esta primera parte.

Poemas a la muerte de mi padre es una incursión en el generoso terreno de la elegía, que tantos versos inolvidables ha esculpido en nuestra memoria escolar:¿Dónde está mi padre/entre las rendijas del bien/en el vientre salvación? . Un sentimiento auténtico atraviesa esta poesía solo en apariencia abstracta y hermética, no en vano el tema de la muerte ha estado siempre presente en la poesía de María Luz Escuin, junto al de la familia, este ya no tan habitual como el de las postrimerías: Llamarme hija: /atornillada a ti/ como el ¡ay !de madera/ todo el adviento nombre.
Mis nombres es un homenaje a la amistad, a la inspiración y aliento que otros seres le ofrecen, ya sean amigos de la infancia como Lourdes Rosa, Entonces en la infancia/ tu risa eras, o compañeros en la tarea de la escritura como Juana Castro, Mujer:/ arquitectura Ella/ y constelación te admiré, o personajes que sin conocerlos directamente, han influido en su pensamiento y en su obra, tal Emily Dickinson, Tu nombre/ ensaliva mi fe, o María Zambrano, En el principio era la tiniebla:/ los estados fetales prometiéndose.

En la línea que la caracteriza, continúa forzando a sus versos a adaptarse a un idioma propio, marcado por un léxico que extrae sus metáforas de tres veneros principales: la medicina, la infancia y el mundo de lo cotidiano: Hasta aquí hemos llegado/ digestiones y bazo,/ municiones de agua/ huesos demostraciones o Volver a la inocencia:/ pececillo reojo,/ cuando eras rehén para tu edad/ polen de números . Sus poemas se construyen con una estructura en la que las categorías gramaticales se mezclan en una sintaxis transgresora y minimalistamente gongorina. Pero tal vez lo más suyo sea ese ritmo, o mejor, esa arritmia del verso. María Luz es implacable en su persecución de la disonancia y en su huida de cualquier ritmo tradicional. Sus versos progresan triturando armonías, rozando los nervios como cables pelados. No busca halagar el oído sino machacar esa tradicional melopea adormecedora convirtiendo su poesía en antihipnótica. Sus versos son como esos frutales crucificados en hileras de alambre para que produzcan más ocupando menos espacio. En estos tiempos de músicas celestiales esta poesía es el pellizco que nos provoca y nos despierta.


Marina Moreno Lorenzo



María Luz Escuin: La caminante de música, Madrid, Endimión, 2009.

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